Compartimos el cuento que escribió Sofía Rueda de 6º 1ra. TM, en el marco de la semana de la Memoria, por la Verdad y la Justicia. ¡Excelente producción!
Desde el momento que mi pie derecho pisó la ESMA sentí un gran vacío en mi pecho, se me cerró la garganta y tuve que cerrar los ojos por un momento para no llorar. Por más de que nunca había visitado ese lugar, sentí como si ta hubiera estado antes, y lo fue porque una parte mía estaba ahí.
Una mano cálida me sostuvo, me miró a los ojos con ternura y me dijo "¿Vamos?" con voz temblorosa pero decidida al mismo tiempo.
Cada paso que debamos duraba una eternidad y el dolor que al principio sentía en mi pecho ahora se esparcía por todo mi cuerpo. Un grupo de investigadores me hablaba a la vez pero yo no podía escuchar atentamente lo que me decían porque las paredes, el techo y todo lo que me rodeaba parecían contar los horrores que habían presenciado.
De repente Lucía, mi nieta, me sacó de mi ensueño "¿Subimos abue?" me dijo con una media sonrisa, identifica a la de su papá y esa sonrisa fue la fuerza que necesité para seguir adelante. Porque ellos estaban ahí, en esa sonrisa sincera, en esos ojos comprensivos pero sobre todo en esas ganas de seguir viviendo que veía en Lucía todos los días desde el día que la encontré.
Después de subir unas escaleras que parecían interminable llegamos a Capucha, uno de los pisos donde los tenían secuestrados. El lugar era oscuro, el techo bajo y las paredes pintadas de un amarillo triste, muy triste. Pude observar atentamente las marcas que había en las paredes. Cruces, nombres, símbolos e incluso la palabra fe. Sentí como las piernas se me aflojaban cuando leí esa última inscripción. Lucía me agarró del brazo rápidamente y me miró con preocupación. "Eso lo escribió tu papá Lu" dije con un murmullo, casi como si fuera un secreto entre nosotros tres.
Las lágrimas ahora si inundaron mis ojos y también los de ella, pero no eran lágrimas de tristeza, era la felicidad por encontrar y descubrir cosas de ellos, aún cuando ya no estaban. Porque nos seguían dando fuerzas y alentando con una simple palabra. Por supuesto que el dolor sigue, pero ahora aprendimos que ese dolor queda cubierto por el amor que tenemos entre nosotras, y por ellos; por la esperanza las ganas de seguir luchando y de recordar para no repetir los mismos errores.
Entonces, cuando me preguntaron si podía identificar algo les conté, mostrándoles también una de las últimas cartas que me escribió Sebastián, con la palabra fé en ella, porque él realmente creía que el mundo podía ser un lugar mejor.
Y aunque me robaron una parte de mí, la otra sigue conmigo. Así que cuando con Lucía salimos del edificio supimos que no los estábamos dejando ahí, que ellos estaban con nosotros. Ellos y el resto de los desaparecidos, y sus padres, y sus hijos que como nosotros siguen luchando por un país con más justicia.
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